domingo, 14 de febrero de 2010

El Hombre Bobo

Hoy, con suerte, vendrán a reparar el jodio ascensor. Mientras se apretaba el nudo mal hecho de la corbata amarilla con barquitos veleros azules y se ponía el reloj digital de pulsera, bajando las escaleras y maldiciendo, ya casi no se acordaba de la pesadilla que le había hecho dormir mal esa noche, afortunadamente. Fuera, en la calle, su silueta dibujada sobre los adoquines, que el sol empieza a estirar delante de él, se une a un raudal de sombras, pegadas a los zapatos de otros tantos hombres y mujeres sin sonrisa. Se dirigen a la boca del Metro, que como una tronera de billar se abre en una esquina, tres calles más abajo. Las estaciones se suceden mientras los hombres y mujeres, ahora sin su sombra, solo con su rutina, dormitan o leen noticias deprimentes en periódicos gratuitos que luego abandonan en el asiento o tiran en el andén; tres cuartos de hora más tarde, mientras se suceden los kilométricos pasillos que poco a poco le devuelven a la superficie, el hombre se recoloca el nudo de la corbata y empieza a sacar del maletín la tarjeta de fichar.
El día se consume en el reloj digital. Ha calentado ya bastante su asiento. Camino del Metro va guardando otra vez la tarjeta de fichar. Pasillo tras pasillo, el autómata deshace lo andado y se afloja el maltrecho nudo de la corbata, su mano se pasea por la barba de la mejilla que, después de todo un día, vuelve a ser áspera ; no queda ni rasto del Varón Dandy, se volatilizo al mediodía en el bar de comidas, haciendo el 69 con el olor a calamares en el aire, y luego juntos se volvieron a pegar, como alquitrán, a su chaqueta, su camisa y su corbata.
Pero después de haberse subido los siete pisos, escalón a escalón, al ir metiendo la llave en la cerradura de su casa, se reconoce feliz. Ahora algo de famoseo en la tele mientras cena, tal vez unas chistorras fritas en su grasa, con un par de huevos y la Patiño, luego a la cama, ventajas de estar separado. Nada de ponerse a leer que eso le afecta a la digestión y termina con pesadillas. ¡Clic!, enciende la luz de la lamparita de la mesilla de noche y, sin incorporarse de la cama, junta piadoso las manos sobre el pecho.

-¡Casi se me olvidan mis oraciones!.
La luna llena se abre paso entre las nubes como un disco de radial, es tan blanca que parece de cocaína pura y no solo los asesinos están inquietos. El autómata empieza a revolverse en la cama, la culpa no es de las chistorras, su cuerpo empieza a sentir sensaciones nuevas y extrañas: nota como la sangre fluye como un torrente por las venas y en cada sístole y diástole su organismo empieza a ser distinto. La cara se le ha estirado y los ojos parecen salirse de sus cuencas. Ya ha dejado de pensar y el instinto suple al raciocinio. Es la “farlopa” de la luna. De repente su cuerpo ya no le obedece y con un espasmo se pone a cuatro patas y salta al suelo. Frente al espejo del ropero no se reconoce, del pijama solo quedan jirones y de la cabeza a los ijares le ha salido una espesa barba rizada. Rápidamente todo su cuerpo se ha cubierto de tirabuzones blancos y siente mucho calor. Un impulso irresistible le hace levantar la cabeza y mirar a la luna, tensando los músculos de la espalda un grito primitivo se abre paso hasta la garganta.
-¡¡¡¡¡¡¡BEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!!!!!!!!!.
El Hombre Oveja, sin saber como, se siente feliz mientras, a saltos, llega hasta un parque próximo en el que solo ronca un borracho, estirado en un banco como un cadáver, cubierto con bolsas grandes de El Corte Ingles. La hierba empieza a estar bañada por el rocío pero ¡es tan apetitosa!.
El amanecer le sorprende rumiando unas últimas briznas de hierba. Tirita.
Desnudo corre hacia su casa ante las miradas atónitas de un grupo de barrenderos, escala, todavía a cuatro manos, los escalones de los siete pisos y entra rápido en su casa por la puerta que inexplicablemente está abierta .

Poco a poco, con las últimas volutas de la monstruosa transformación haciendo piruetas en su cerebro, el hombre vuelve a ser el de siempre. Gris
Ilustración: Cazador de Lucas

2 comentarios:

Julio Castelló dijo...

Por lo que parece la luna no le ha transformado mucho, sencillamente lo ha hecho visible.
Genial.

Mario Benito dijo...

Realmente bueno, Julio. Rebaños enteros... de los que nadie escapamos del todo. Muy bueno