sábado, 29 de mayo de 2010

¡Cómo me pica la nariz!

En el parque de El Retiro, este día de contraluz dorado, Madrid, indolente, se da un baño de calor suave en la barriga entre los parterres, como las lagartijas que se desentumecen la cola invernada, en los improvisados soláriums verticales de las paredes de ladrillo.
Después de salir de su despacho de la Junta de Distrito, el concejal coge el camino más recto hacia El Retiro, la “jornada intensiva” le deja la tarde libre y le gusta desentumecerse después de toda una mañana de poltrona. Entra a los jardines por la Puerta del Paseo de Coches, con la nariz en guardia, erecta, suspicaz y maldiciendo su suerte, como todas las primaveras, por no ser un apéndice de madera, similar al mástil de Pinocho. El invierno ha sido lluvioso y ahora, en primavera, todo brota con ímpetu; los minúsculos plumeros de polen alfombran ingrávidos el aire y por el Paseo ya no se ven coches. Su sensible pituitaria lo detecta antes de sortear el primer recodo: ballenas blancas, hidalgos centenarios, robinsones, alatristes, matrioskas que salen de Ana Karenina, geografías mágicas delimitadas por Macondo y Vetusta, péndulos de Foucault, códigos Da Vinci, incipientes magos y poderosos anillos, costureras chinas, poetas en New York, hombres que son capaces de inventarse Manhattan, necios que se conjuran, esponjosas magdalenas que alimentan a Swann en su camino; ahuecan orgullosos sus paginas impresas y las despliegan como vanidosos pavos reales en los estantes de las casetas de la Feria del Libro, milagroso escaparate de cultura, que nos aleja de los monstruos de feria que salen todos los días por la tele. La alergia actúa como un resorte: balbuceos en la boca arrugando los labios y la nariz con el percutor preparado. El estornudo es inevitable. ¡Bang!. La cabeza se inclina hacia abajo, la barbilla se clava en el pecho y por la nariz, como una bala, sale disparado su cerebro, minúsculo como un moco, lleno de fiestas nacionales, Aguirres y Marianos. El concejal se recompone el tupe que, igual que una sonrisa de Smile invertida, abraza la calva de oreja a oreja en una arquitectura milagrosa, hambrienta de crecepelo; se agacha, recoge su cerebro del suelo y lo “esnifa” con un billete de diez. Con el moco otra vez en su sitio, piensa: por qué él no tendrá alergia al polen, como todo el mundo.
Ilustración: Forges