sábado, 23 de enero de 2010

Escala siete

La pasta de dientes se cotiza por las nubes en el mercado negro de Puerto Príncipe. El hedor de la putrefacción se agarra con ganchos afilados del aire y el dentífrico, sellando las fosas nasales, hace de ambientador mentolado. El supermercado de los carroñeros del estraperlo siempre tiene de todo: dentífrico de distintos olores, de menta, fresa, de anís, pan, leche, carne fresca, enlatada, drogas, medicamentos...hasta gangas huérfanas, de piel oscura y ojos tristes, raptadas de los hospitales para aprovisionar el mercado de las adopciones. Estados Unidos, la Unión Europea.. toda la maquinaria solidaria de mala conciencia se ha puesto otra vez en marcha y las ruinas de Haití se han convertido, desde hace unos temblores, en magnifico decorado de fondo para las conexiones de los informativos de la hipocresía.

Reproduzco un artículo, enviado por el corresponsal de El Mundo, que ha sorprendido por su alarde de sinceridad.

Periodistas...¿o niños de papá?
Jacobo G. García/ Puerto Príncipe

¿Se puede llegar a un terremoto con maleta de ruedas? Sí.
¿Puede una revista que dedica su última portada a los maquillajes más sorprendentes y a las joyas que vienen para este año enviar a un periodista para la cobertura? Sí.
¿Puede llegar alguien a la zona más devastada del planeta sin agua, comida ni un teléfono en condiciones? Sí.
¿Puede la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo) llevar a más de veinte periodistas dentro de un avión de emergencias? Sí.
¿Puede un periodista ponerse a llorar cagado de miedo nada más poner un pie en Puerto Príncipe al verse rodeado de negros? Sí, y ¿puede el ministro de Exteriores buscarles casa a todos los periodistas para que trabajen con "plena seguridad" cuando sólo ayer hubo tres réplicas y ni la policía ha sido capaz hasta ahora de tomar el control de las calles? Sí, y no sólo eso si no que Juan Pablo De Laiglesia, secretario de Estado para Iberoamerica, tuvo que perder un día entero en cumplir la orden del ministro, en medio de un desastre de estas dimensiones. Y además de todo eso incluyan ustedes a una estrella de la televisión nacional convertida en la mayor mosca cojonera de cuantos han pasado por ahí.
El jueves por la noche, junto a muchos otros informadores de todo el mundo, llegó la orden de los marines de EEUU para que la prensa abandonara las instalaciones del aeropuerto de Puerto Príncipe, que los periodistas habían tomado como base de operaciones para realizar su trabajo. En los últimos días en el aeropuerto desembarcaron miles de efectivos estadounidenses cargados hasta los dientes, los aviones militares aterrizaban cada pocos minutos y el material de emergencia corría de forma frenética por la pista pero paseando alegremente en medio de ese desmadre aparece siempre algún periodista. Y fumando.
¿En algún aeropuerto del mundo alguien permitiría una situación así? Pues aquí en Puerto Príncipe así sucedía hasta el jueves. Hasta que fueron expulsados del aeropuerto. Pero no sólo la prensa española sino los periodistas de medio mundo como era lógico.
Pero los periodistas no tienen toda la culpa no, si no que la tiene un paternalismo estúpido que hace que un señor de Moncloa tenga que aterrizar para ver si estamos bien. Aquí no hay desabastecimiento y la comida se puede comprar perfectamente en las calles, eso sí a precios disparatados aunque perfectamente asumibles para un señor que paga en euros. Así que no hay necesidad de ir a robar por la noche (sí, robar por la noche) la comida traída desde España para los equipos de rescate. Tampoco hay violencia, salvo saqueos puntuales, lógicos en estas circunstancias y la electricidad no se ha ido nunca. Pero no, muchos periodistas preferían vivir bajo el cobijo de la gallina De la AECID antes que enfrentarse solos a una ciudad destrozada de la desconocen todo.

Ilustración: El Roto en El País

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