domingo, 1 de marzo de 2009

En los remolinos del río Guadalquivir, los jirones de esperanza después de un mes se desgarran poco a poco en espiral. Día tras día, miles de anhelos se movilizan hasta que las sombras del anochecer tiñen de negro las riveras, con la urgencia de encontrar el cadáver adolescente de Marta y el cenicero que utilizó su asesino para apagarle a golpes la vida.
Todos somos Marta.
Los remordimientos de otro asesino intentaron quitarse la vida desde el puente de Albarellos que sortea el río Avia en Ourense, el mismo sitio desde donde había arrojado el cadáver de su víctima. Quince días antes había cincelado a golpes el destino de María Socorro. María había llegado a Ourense desde Brasil, enamorada de unas falsas promesas de amor alentadas en Internet; los ahogos la llevaron hasta una esquina y allí la encontró su verdugo. Desapareció de Ourense el 11 de febrero. Se la busco infructuosamente durante un tiempo, hasta que en algún despacho, alguien resolvió que “ya no merecía la pena”. El azar encontró su cuerpo atrapado por el fango a unos cuantos kilómetros del lugar donde había indicado su asesino.
Ninguno fuimos la prostituta “Marí Brasil”.

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