sábado, 10 de abril de 2010

La charCUTREría

Los chorizos, expuestos en los anaqueles de la charcutrería, no dejan de sudar como cerdos. ¡Lo llevan en la sangre!. Todos sus esqueletos cilíndricos, de matanza y pimentón, escupen en los estantes grumos de grasa cutre, espesos, encarnados y brillantes, que terminan charqueando en el suelo. Cada vez que el charcutrero se mueve detrás del mostrador, con ademán de ir a por un cuchillo, sus zapatos resbalan en los lapos grasientos. Tiene que sujetarse fuerte, con las dos manos, al mármol blanco con motas de grasa, que recuerda la piel de porcelana de un perro dálmata de Lladró. Con un gesto distraído se acaricia el mentón de Popeye gallego, meditando si no tendría que poner su barba, que la mano sucia le ha teñido de púrpura, a remojar. En lugar de eso esconde la cabeza bajo el ala de la gaviota, que decora el escaparate de la charcutrería, y se apunta mentalmente: mañana sin falta voy a que me vean los niveles de colesterol, porque, con tanto chorizo, seguro que lo tengo por las nubes.

Ilustración: Julio Rey

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