lunes, 25 de febrero de 2008

Historia de un árbol cansado de ver siempre la misma vista del campo que le rodea y que en sus eternos soliloquios se imagina liberado ...

...Y abre horizontes.


Divagaba mientras los eslabones de las enredaderas encadenaban su cuerpo aprisionándolo hasta que sus nudos, apunto de estallar, sangraban; en su imaginación, su tronco, ahora flexible, se curvaba como si el viento estuviera rascándole la espalda: adelante, atrás, a un lado y al otro... Hasta que poco a poco el suelo abría, con un crujido, su carne mineral y él, salvado de la inmovilidad, por fin podía girar la cabeza.
Experimentaba una sensación de goce sensual y agitaba sus ramas como si estuviera masturbándose. Ahora podría descubrir que era aquel bramido que rugía continuamente detrás de la montaña, que ya se erguía, regia y silenciosa, mucho antes de que él brotara vertical de la tierra, como un minúsculo hilo verde de nylon. Pero en su ensoñación, al desgarrar sus raíces, caía al suelo y nunca era capaz de auparse y llegar a mirar tras la montaña.
La zeta del rayo cruzo el aire aullando como un latigazo y el viejo árbol, ya casi hueco, cayó al suelo dejando a la vista sus raíces amputadas.
Aquel hombre al ver el enorme tronco abatido supo que ese día había tenido suerte. Era muy grande y en la maderera sabrían sacar partido a toda su madera, eso le hacia suponer que podía sacarle un buen precio. Pero en ese mismo momento tuvo otra idea.
La quilla bien pulida rasgaba el agua en dos como Moisés. Era una barca pequeña, roja y con la proa alta; con ella nunca habría podido cruzar el atlántico, pero le servía para alejarse y en alta mar hundir sus pensamientos en salitre.
Y el árbol melancólico, convertido en nave, pudo conocer el océano.

1 comentario:

uminuscula dijo...

julio, que me encantan tus cUentos..