
De repente el silencio intranquilo de la noche en la planta se rompe, las enfermeras y auxiliares salen corriendo. Ha saltado una alarma.
El sol, que aun sigue siendo de campo, madrugador tiñe de oxido rojizo la fachada que mira a levante del Marañon. La luz dorada se cuela entre las lamas de la persiana y decora con rayas mi pijama azul. La primera píldora del día me despierta. Antonio, mi otro compañero aun duerme, hoy visita el quirófano. Una espada de Damocles le acompaña desde hace demasiado; tiene “arritmias” y en cualquier momento le puede sobrevenir “la muerte súbita”, es joven y ese peso no le ha borrado la sonrisa de cara, cuenta chistes. Ya le operaron hace once años pero no consiguieron dar con la micro vena que dispara el cortocircuito, hoy vuelven a intentarlo y los cirujanos confían en conseguirlo gracias los enormes avances tecnológicos. Pienso en “El viaje alucinante” de Asimov. Le van a meter un catéter por la femoral en la ingle, va a “viajar” por la arteria atravesando la estepa del pecho hasta el corazón y allí quemaran el “velo” que obstruye la vena. Pero antes tendrán que encontrarla y para eso trazarán un “atlas” interior en 3D de su corazón, gracias a otro catéter que le meterán por la otra ingle y ¡solo con anestesia local!. No hace mucho solo había una manera de intentarlo: a “corazón abierto”. Mariano y yo levantamos hacia arriba los pulgares cuando se lo llevan y Antonio nos sonríe. Mientras se llevan la bandeja del desayuno me fijo en Mariano, todavía tiene aplastado el pelo de la coronilla por la almohada, como yo y todos los enfermos ingresados que despacio andan y desandan el pasillo verde, salvo los calvos; agarrado a la “farola” del suero a Mariano se le ve triste, cuando se cruza con mi mirada, sale de su melancolía y habla despacio.
- Anoche se murió mi “coleguita”, dormía y no se entero del infarto. Le habían cambiado de habitación, antes ocupó tu misma cama y era feliz junto a la ventana - Mariano volvió a su melancolía y esa valiosa lágrima que atesoraba en las punzantes curas esmerilo sus ojos.
Esperábamos que Antonio estaría fuera siete u ocho horas, pero no habían transcurrido cuatro cuando lo trajeron. Por fin le habían quitado la espada de Damocles de la cabeza.
Otra noche. Al otro lado de la ventana, la oscuridad duerme arrullada por el murmullo soterrado de la ciudad. Azabache. Y sin mas un milagro. Desde la entrada de urgencias, que está justo debajo, un gitano le regala al silencio un bulería, rápidamente otros le jalean dando palmas, no debieron de tardar mucho los “seguratas” en mandarlos callar, porque de improviso volvió el silencio. Plomizo. Pero a mi, en mi cama de la planta de “coronaria” esos pocos compases me han dado la vida.
A mi esposa Soledad.
P.S. He tenido un infarto de miocardio. Estuve ingresado dos días en la U.C.I. y otros dos en “planta” y en estos cuatro días he podido sentir el cariño y dedicación total y generosa con el que todo el personal del Hospital Universitario Gregorio Marañon de Madrid, limpiadoras, celadores, auxiliares de enfermería, enfermeras y enfermeros, médicos y cirujanos tratan a los que allí ingresamos, sin distinción de clases.
Por eso los intentos de Esperanza Aguirre, Presidenta de la Comunidad de Madrid, de privatizar mediante métodos espurios y torticeros la Sanidad Pública la ponen en evidencia y, en lo que a mi respecta, la descalifican como servidora pública.
Yo tenía obstruida la arteria coronaria derecha, no podía ser otra. Mi corazón no puede negar que es de izquierdas.