Me gusta caminar por la línea de alambre del horizonte como un funanbulista. Observar, como un voyeur, a las nubes bajas copulando con la mar esmeralda y escuchar el eco de sus gemidos rebotando sobre las paredes nacaradas de las caracolas. El desembarco de las olas en la playa deja restos de ocle agonizante y las rocas, acostumbradas, ni se inmutan; los restos de espuma germinan de sal la arena suave, y algún palo esquelético, arrastrado por la marea, besa la tierra firme como un naufrago.
A mi espalda , el monte entorna los ojos para ver el atardecer que tiñe de cobre el mar y yo, diminuto, me balanceo en el alambre.
1 comentario:
Por qué nadie lo contó antes
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